El tren ocultaba el rumor de sus pasos. En aquella vieja estación cualquier sonido parecía lejano, de otro tiempo, oculto tras el estruendo que producía aquel viejo tren de vapor, dispuesto a alejarse del pasado lúgubre que parecía evocar la estación.
Aún así los pasos levemente dispares no parecían tener prisa por alejarse de aquel lugar anclado en el tiempo. Es mas, vistos en la oscuridad de la noche, ante la que la única y decrépita farola no podía hacer nada, parecía que aquellos pasos estaban unidos a la historia de la estación, que habían nacido allí, esperando un tren que nunca llegó, o tal vez a alguien que nunca se bajó del tren esperado.
A medida que el tren cogía fuerzas como un anciano dispuesto a dar su paseo nocturno, el ambiente se escondía tras el vapor que tosía la máquina.
Los pasos pararon, y ahora que ya no se escuchaba su rítmico andar era cuando se empezó a notar su presencia. Pero daba igual, él era el único que ocupaba un lugar en aquel tiempo remoto insertado en la memoria de la estación.
Se levantó el sombrero como un caballero dispuesto a saludar a una dama, se alisó el ralo cabello y se lo volvió a colocar. Comprobó una vez mas que todos los botones de la chaqueta estaban en su correspondiente lugar y se tocó los labios para ver si estaban lo correctamente húmedos.
Le dolía un poco la pierna izquierda, y se había dado cuenta que últimamente cojeaba un poco. Pero estaba completamente seguro de que lo podría disimular. Todo debía ser perfecto.
El tren empezó a silbar, un quejido que transmitía el dolor que le provocaba el tener que volver a partir. Él también era viejo, y tenía algo mas que una leve cojera en su mecanismo.
La farola, desafiante de la oscuridad, no pudo evitar un pequeño bajón de tensión cuando el tren empezó a moverse. Sabía que de nuevo se iba a quedar sola en la estación. Sola contra la oscuridad. Y aunque pusiese todo su esfuerzo en iluminar, la soledad le daba miedo.
La pequeña sonrisa que amanecía en los labios del caballero poco a poco se fue eclipsando. Cuando la primera lágrima tocó su mejilla ya sabía que esta vez tampoco aparecería.
Siempre esperaba hasta que el tren se volvía a poner en marcha porque creía que ella bajaría en ese instante, cuando todo pareciese perdido ella aparecería, justo en el último momento.
Pero de nuevo esta vez no apareció.
Se quitó el sombrero, se alisó el ralo cabello y se lo volvió a colocar.
Los pasos volvieron a sonar en la vieja estación, pasos anclados en el pasado.
Hacía veinte años que esperaba en la estación al mismo tren, con la misma ropa, a la misma chica, con la misma esperanza.
Pero nunca aparecía, ni lo hizo.
Ni siquiera en el último momento, cuando ya completamente cojo murió a los pies del mismo viejo tren, para el que también fue su último viaje.
Pero murió con la tímida sonrisa asomando a sus labios. Aún el tren no se había puesto en marcha, aún conservaba la esperanza de que ella bajase en el último momento.