jueves, 26 de mayo de 2011

El lobo y el asno

Un lobo fue elegido rey entre sus congéneres y decretó una ley ordenando que lo que cada uno capturase en la caza, lo pusiera en común y lo repartiese por partes iguales entre todos; de esta manera ya no tendrían los lobos que devorarse unos a otros en épocas de hambre.
Pero en eso lo escuchó un asno que estaba por ahí cerca, y moviendo sus orejas le dijo:
-- Magnífica idea ha brotado de tu corazón, pero ¿ Por qué has escondido todo tu botín en tu cueva ? Llévalo a tu comunidad y repártelo también, como lo has decretado.
El lobo, descubierto y confundido, derogó su ley.

Si alguna vez llegas a tener poder de legislar, sé el primero en cumplir tus propias leyes.

La soberbia del árbol




Hace muchísimos años que en la cumbre más alta del Himalaya se levantaba un árbol gigantesco, de extraordinaria frondosidad, a cuya sombra iban a cobijarse todos los habitantes de aquellas apartadas regiones.
Y ocurrió que cierto día un santo monje budista llamado Shinram, extenuado por el calor y la fatiga de una larga caminata, fue a sentarse a la sombra acojedora del gran árbol. Y le dirigió al espléndido vegetal palabras de agradecimiento y admiración.
- Es evidente -le dijo- que debes gozar de la protección de algún poderoso dios, puesto que ni el huracán ni las ventiscas -que tan violentas son en el Tibet- han podido desbaratar tu magnífica melena, ni abatir tu soberbio tronco en el curso de los siglos. ¿Es acaso el mismo dios del Viento quien te protege?
- ¡Ni mucho menos! -contestó el árbol con altivez, sacudiendo sus frondas con un ruido semejante al trueno. Por ese lado te engañas anciano. Nunca me ha protegido ninguna divinidad, y menos aún el malignoViento, que no tiene amigos ni perdona a nadie.
- Entonces... -dijo el monje.
- Lo que sucede -interrumpió el árbol- es que nadie ni nada puede contra mí, por fuerte y poderoso que sea. Cuando el viento se desata furioso y arrolla con su ímpetu a los demás árboles, se detiene como agotado ante mi potencia y se retira, mudo y temeroso, deseando en su corazón que yo no me encolerice contra él y le castigue severamente.
Tales palabras llenas de soberbia y de necia jactancia, indignaron al bueno de Shinram. Mirando fijamente al soberbio árbol, el monje budista exclamó con acento indignado:
- ¿No te da verguenza? ¿Cómo te atreves, miserable vegetal, a emplear ese acento lleno de desprecio para con uno de los dioses más poderosos, que es el terror del universo?
Y poniéndose en pie, decidido a abandonar aquellos lugares, añadió:
- Me voy de aquí. Aunque cansado y deseoso de sombras y de frescura, no puedo detenerme ni un minuto más a hablar con un ser tan indigno y necio como tú.
Acto seguido marchose indignado, apoyándose en su grueso cayado y murmurando palabras de enojo contra al soberbio árbol.
Pero aún no había desaparecido en la lontananza, cuando el cielo se oscureció, la tierra se puso a temblar y presentose el Viento en persona con un espantoso silbido, agitando amenazadoramente sobre el árbol sus potentes brazos hechos de nubes.
Cuando el árbol vió al poderoso dios junto a él, se estremeció hasta sus más profundas raíces y en su fuero interno deseó no haber pronunciado jamás aquellas insensatas palabras.
- ¿Qué tal arbolito? -aulló el Viento- ¡Así que yo no soy bastante potente para ti ! ¡Ja, ja!
Y al reir todos los árboles del bosque se doblegaron aterrorizados hasta el suelo. El Viento prosiguió diciendo malhumorado:
- ¡Muy bien! ¡De manera que te tengo miedo! ¿No sabes que si yo quisiera te derribaría en un instante como al más pequeño de los arbustos? Si ahora te he perdonado la vida, ingrato, y te he conservado intacto durante siglos, es porque en la noche de los tiempos, cuando el mundo era todavía en gran parte un caos, el dios Brahma, cansado del trabajo de la creación del mundo, vino a reposar a tu sombra. ¿No lo sabías acaso?
- No, no lo sabía -acertó a murmurar el árbol.
- Y a sido precisamente en memoria de aquel hecho -agregó el Viento- por lo que te he concedido la vida hasta hoy. Pero tú me has insultado, me has ultrajado y por eso mereces el castigo más atroz. Pero no lo aplicaré ahora, sino mañana.
- ¡Perdón! -suplicó el árbol- ¡Te prometo no volver a hacerlo!
Pero el Viento, sin hacer caso de esa súplica, prosiguió en tono amenazador:
- Quiero castigarte a la luz del sol para que todos puedan ver cómo el Viento trata a los ingratos y soberbios. ¡Hasta mañana!
Y tras haber lanzado un último silbido que abatió a los árboles de la selva y heló a las fieras en el fondo de sus guaridas, desapareció tan rápidamente como había venido.
Poco después vino la noche y el silencio y las tinieblas envolviron al mundo. Todas las plantas se adormecieron rendidas y temerosas. ¡Sólo el árbol del Himalaya velaba en su angustia! Y, acongojado, decía para sí:
"¡Qué a gusto me desdeciría de cuanto he dicho al monje budista y me retractaría de todo! ¡Ahora quién sabe lo que me espera! Probablemente seré arrancado de cuajo, hecho pedazos y triturado; mi tronco y mis ramas serán esparcidas por la selva, marchitos y secos, y sólo serán útiles para arder en una hoguera. ¡Después de tantos siglos de vida y de reinado, seré borrado de la faz de la tierra...!"

Pero a medida que iba meditando en estas cosas, se le ocurrió que tal vez existía un remedio heroico, una última esperanza de sobrevivir: resistiendo la furia del Viento.
- Sí -murmuró el árbol- despojado de todas mis ramas y de todas mis hojas, podré resistir mejor los embates de mi enemigo.
Y así lo hizo seguidamente. En un momento se despojó de todas las ramas, se arrancó hasta la última hoja y las primeras horas del alba encontraron un miserble tronco mutilado y desnudo.
Unos momentos después se presentó el Viento. Venía lleno de cólera y deseoso de vengarse. Pero entonces ocurrió algo sorprendente.
Cuando el dios estuvo junto al árbol y lo vió sin hojas su cólera se desvaneció instantáneamente y comenzó a reir con una risa primero breve y queda, luego fuerte y sonora, que invadió toda la tierra y la sacudió hasta sus cimientos.
Por fin, una vez recobrado el aliento dijo con ironía.
- ¡En verdad que no te conozco, árbol soberbio! El castigo que tú mismo te has infligido ha sido mucho más atroz que el que yo habría podido aplicarte con toda la fuerza de mi cólera. Ahora eres un espectáculo realmente grotesco, porque todos se reirán de ti: los animales y las plantas, los hombres y también los dioses. ¿Que mayor venganza contra un soberbio y necio como tú? ¡Ja, ja!
Y profiriendo sonoras carcajadas regresó a la áurea morada de los dioses, dejanto al árbol triste y humillado.

martes, 24 de mayo de 2011

El lobo y el cordero

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Miraba un lobo a un cordero que bebía en un arroyo, e imaginó un simple pretexto a fin de devorarlo. Así, aún estando él más arriba en el curso del arroyo, le acusó de enturbiarle el agua, impidiéndole beber. Y le respondió el cordero:
“Pero si sólo bebo con la punta de los labios, y además estoy más abajo y por eso no te puedo enturbiar el agua que tienes allá arriba”.
Viéndose el lobo burlado, insistió: “El año pasado injuriaste a mis padres”.
“¡Pero en ese entonces ni siquiera había nacido yo!”, contestó el cordero.
Dijo entonces el lobo: “Ya veo que te justificas muy bien, mas no por eso te dejaré ir, y siempre serás mi cena”.

Para quien hacer el mal es su profesión, de nada valen argumentos para no hacerlo. No te acerques nunca donde los malvados.

Los secretos.....del amor!



















El amor no es para toda la vida
Está comprobado científicamente que el enamoramiento sí que caduca al cabo, aproximadamente, de los cuatro años.
Es curioso comprobar que el punto máximo de divorcios coincide con los cuatro años de convivencia. Pero la ciencia también nos dice que cuando la pasión se acaba, debemos dejar paso al amor.
Desde un punto de vista científico, la felitenamina (producto de la pasión) debe dejar paso a la endorfina (producto del amor).
Es decir, hay que aprender a conducir la pasión hacia el amor, que suele ser más tierno y sosegado, pero más duradero.

lunes, 23 de mayo de 2011

El leon y el jabalí

Durante el verano, cuando con el calor aumenta la sed, acudieron a beber a una misma fuente un león y un jabalí.












Discutieron sobre quien debería sería el primero en beber, y de la discusión pasaron a una feroz lucha a muerte. 
Pero, en un momento de descanso, vieron una nube de aves rapaces en espera de algún vencido para devorarlo.

Entonces, recapacitando, se dijeron:

-- ¡ Más vale que seamos amigos y no pasto de los buitres y cuervos! 

Las luchas inútiles sólo sirven para enriquecer y alimentar a sus espectadores.

El tren

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Un día, leí un libro que comparaba la vida con un viaje en tren. Una comparación extremadamente interesante cuando es bien interpretada.
Interesante, porque nuestra vida es como un viaje en tren, llena de embarques y desembarques, de pequeños accidentes en el camino, de sorpresas agradables, con algunas subidas y bajadas tristes.
Cuando nacemos y subimos al tren, encontramos dos personas queridas, que nos harán conocer el viaje hasta el fin: nuestros padres.
Lamentablemente, ellos en alguna estación se bajaran para no volver a subir más.
Quedaremos huérfanos de su cariño, protección y afecto. Pero a pesar de esto, nuestro viaje deberá continuar; conoceremos otras interesantes personas durante la larga travesía, entre ellos nuestros hermanos, amigos y amores.
Muchos de ellos solo realizaran un corto paseo, otros estarán siempre a nuestro lado, compartiendo alegrías y tristezas.
En el tren, también viajaran personas que andarán de vagón en vagón para ayudar a quien lo necesite.
Muchos se bajaran y dejaran recuerdos imborrables.
Otros, en cambio, viajaran ocupando asientos, sin que nadie perciba que están allí sentados.
Es curioso ver como algunos pasajeros a los que queremos deciden sentarse alejados de nosotros, en otros vagones.
Eso nos obliga a realizar el viaje separados de ellos.
Pero eso no nos impedirá, aunque tal vez con alguna dificultad, acercarnos a ellos.
Lo difícil es aceptar que, a pesar de estar cerca… no podremos sentarnos juntos, pues muchas veces otras son las personas que los acompañan.
Este viaje es así, lleno de atropellos, sueños, fantasías, esperas, llegadas y partidas.
Sabemos que este tren solo realiza un viaje, el de ida.
Tratemos, entonces, de viajar lo mejor posible, intentando tener una buena relación con todos los pasajeros, procurando lo mejor de cada uno de ellos, recordando siempre que, en algún momento del viaje, alguien puede perder sus fuerzas y deberemos entender eso.
A nosotros también nos ocurrirá lo mismo; seguramente alguien nos entenderá y ayudará.
El gran misterio de este viaje es que no sabemos en cual estación nos tocara descender.
Pienso: cuando tenga que bajarme del tren ¿ sentiré añoranzas?. Mi respuesta es SÍ; dejar a mis hijos viajando solos será muy triste.
Separarme de los amores de mi vida, será doloroso. Pero tengo la esperanza de que en algún momento nos volveremos a encontrar en la estación principal y tendré la emoción de verlos llegar con mucha mas experiencia de la que tenían al iniciar el viaje.
Seré feliz al pensar que en algo pude colaborar para que ellos hayan crecido como buenas personas.
Ahora, en este momento, el tren disminuye la velocidad para que suban y bajen personas.
Mi emoción aumenta a medida que el tren va parando… ¿ quien subirá?. ¿ Quién será? …
Me gustaría que TU pensases que el desembarcar del tren, no es solo una representación de la muerte o el termino de una historia que dos personas construyeron y que por motivos íntimos dejaron desmoronar.
Estoy feliz de ver como ciertas personas, como nosotros, tienen la capacidad de reconstruir para volver a empezar, eso es señal de lucha y garra, y saber vivir es poder obtener lo mejor de todos los pasajeros.
Agradezco a DIOS, porque estemos realizando este viaje juntos y, a pesar de que a veces nuestros asientos no estén juntos, con seguridad el vagón en el que vamos y el maquinista son los mismos.
A ti, que estas leyendo, te dejo un abrazo enorme, que tengas un gran día y gracias por acompañarme en este viaje…!!!

jueves, 19 de mayo de 2011

La zorra y el leñador



Una zorra estaba siendo perseguida por unos cazadores cuando llegó al sitio de un leñador y le suplicó que la escondiera. El hombre le aconsejó que ingresara a su cabaña.
Casi de inmediato llegaron los cazadores, y le preguntaron al leñador si había visto a la zorra.
El leñador, con la voz les dijo que no, pero con su mano disimuladamente señalaba la cabaña donde se había escondido.
Los cazadores no comprendieron la señas de la mano y se confiaron únicamente en lo dicho con la palabra.
La zorra al verlos marcharse, salió sin decir nada.
Le reprochó el leñador por qué a pesar de haberla salvado, no le daba las gracias, a lo que la zorra respondió:
--Te hubiera dado las gracias si tus manos y tu boca hubieran dicho lo mismo.

No niegues con tus actos, lo que pregonas con tus palabras.