jueves, 30 de junio de 2011

CINE: Ava Gardner

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(1922-1990)
Ava Lavinia Gardner, una de las diosas de la belleza de Hollywood, nació el 24 de diciembre de 1922 en Grabtown, Carolina del Norte (Estados Unidos), en el seno de una familia numerosa dedicada a tareas agrícolas en una plantación sureña de tabaco.
Cuando creció y se convirtió en una hermosa adolescente, su cuñado, que se dedicaba a la fotografía le saco una instantánea para ubicarla en el escaparate de su establecimiento.
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La casualidad fue que un ejecutivo de la Metro Goldwyn Mayer se quedó prendado de la chica que aparecía en la fotografía y quiso de inmediato contratarla para hacerle una prueba. Era el año 1940 y Ava se trasladaría a Hollywood sin dudarlo ni un momento.


Durante los primeros años de su contrato las apariciones de Ava Gardner serían muy breves, pudiéndosele ver en títulos como "H.M. Pulham Esq." (1941), un film de King Vidor, o "Kid Glove Killer" (1942) de Fred Zinneman.
Su estatus en Hollywood fue creciendo con títulos como "Three men in white" (1944) y "She went to the races", ambos dirigidos por Willis Goldbeck.
Su gran oportunidad llegaría con la película "Forajidos" (1946), un film realizado por Robert Siodmak que supuso también el descubrimiento de Burt Lancaster. A partir de "Forajidos", Ava Gardner se consolidó como protagonista y en los últimos años de la década de los 40 intervino en títulos como "The Hucksters" (1947) de Jack Conway, "Venus era mujer" (1948) de Billy Wilder y William A. Seiter, "Mundos opuestos" (1949) de Mervin Leroy, "Soborno" (1949) de Robert Z. Leonard, o "El gran pecador" (1949) de Siodmak.
En 1942 Ave se casó con Mickey Rooney, pero su matrimonio resultó un fracaso y duró escasamente un año.
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Posteriormente mantuvo un romance con Howard Hughes. Su segundo marido fue el músico Artie Shaw, con quien contrajo matrimonio en 1945 para divorciarse en 1946.
La década de los 50 fue la mejor época profesional para Ava Gardner ya que intervino en proyectos cinematográficos tan relevantes como "Magnolia" (1950) de George Sidney, "Pandora y el holandés errante" (1951) de Albert Lewin, "Las nieves del Kilimanjaro" (1952) de Henry King, "Los caballeros del Rey Arturo" (1953) de Richard Thorpe, "Mogambo" (1953), película de John Ford por la que fue nominada al premio Oscar, "Melodías de Broadway" (1953) de Vincente Minnelli, "La condesa descalza" (1954) de Joseph L. Mankiewicz, "La cabaña" (1957) de Mark Robson, "The sun also rises" (1957) de Henry King o "La hora final" (1959), film dirigido por Stanley Kramer.
En 1951 se casó con Frank Sinatra en un tortuoso matrimonio que duraría hasta 1957. Cuando rodó "La condesa descalza", Ava se enamoró de España y desde ese momento pasaría largas temporadas en tierras españolas admirando el arte del toreo y bailando flamenco.
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En España se enamoró y mantuvo varias relaciones, siendo las más sonadas las mantenidas con los toreros Luis Miguel Dominguín y Mario Cabré. Esta estancia permanente en la península conllevó su alejamiento de Hollywood, retornando en los años 60 al cine en contadas ocasiones.
Dentro de las pocas películas que hizo en esta década son destacables "55 días en Pekín" (1963) de Nicholas Ray, "La noche de la iguana" (1964) a las órdenes de John Huston y "Siete días de mayo" (1964), film dirigido por John Frankenheimer.
A finales de los años 60 Ava Gardner dejó España debido a problemas con el fisco y se trasladó a Gran Bretaña, en donde permanecería hasta su muerte.
Ava protagonizaría varios títulos cinematográficos de poco interés y trabajó en series televisivas hasta su fallecimiento a causa de una neumonía en Londres el 25 de enero de 1990. Tenía 67 años.

miércoles, 29 de junio de 2011

He aprendido


He aprendido… que nadie es perfecto
hasta que no te enamoras.
He aprendido que… las oportunidades no se pierden nunca
las que tu dejas marchar las aprovecha otro.
He aprendido… que la vida es dura
pero yo lo soy más!
He aprendido… que cuando siembras rencor y amargura
la felicidad se va a otra parte.
He aprendido… que necesitaría usar siempre palabras buenas,
porque mañana quizás se tienen que tragar.
He aprendido… que una sonrisa es un modo económico
para mejorar tu aspecto.
He aprendido… que no puedo elegir como me siento,
pero siempre puedo hacer algo.
He aprendido… que todos quieren vivir en la cima de la montaña,
pero toda la felicidad pasa mientras la escalan.
He aprendido que… se necesita gozar del viaje,
y no pensar sólo en la meta.
He aprendido que… es mejor dar consejos sólo en dos circunstancias,
cuando son pedidos y cuando de ello depende la vida.
He aprendido que… cuanto menos tiempo derrocho,
más cosas hago

domingo, 26 de junio de 2011

Cristales empañados




Se fue, no tan despacio que no hubiera
un desajuste tenue en la calima
del asfalto, y su falda
parecía más triste en el andar y hubo
como una duda, o tal vez no, y la acera
se fue estrechando al alejarse y, luego,
pareció, quizás fuera
su delgadez, sus hombros, que no iba,
que volvía a la infancia, y en la calle
apenas cabía el sol y mi mirada
y una música urbana que, tan joven,
surgió de un bar con soledad y miedo.
¿Te veías tú, acaso, dime, como
si te pudieras ver, de espaldas, sola,
pegada a la pared, andando, yéndote?

Me fui. Recuerdo que el vacío
aquél era ya parte
de mí. Porque me estuve yendo
todo el tiempo que, arriba, la buhardilla,
cama deshecha, sábanas con restos
de calor, vasos, deja
ya de fumar, me estuve
dejando ir en no querer ser pasto
de ciudad, y las calles
y el ruido estaba en mí y tus ojos, habla,
¿por qué te vas?, estaban
alrededor de mí; ser pasto
de ventanas cerradas, un quejido
o una sirena a media noche, esquinas
donde comprar la nada, el estallido
de la nada, acompáñame, me estuve
yendo de mí todo aquel tiempo tan hermoso.

Se fue y era de noche
en torno a su cintura y sus vaqueros
gastados. La bufanda, con su historia
ella también, entretejida, daba
una vuelta a la tibia
cadencia de su cuello y la seguía
a través de la lluvia y algún perro
y la insolente luz de los semáforos
poniendo en orden el desierto y, lejos,
la otra oscuridad, la que está hecha
de violencia y portales y mugrientas
escaleras.

Me fui de tanta prisa
por conocer, de tanto estar contigo,
de tanta juventud, frío empañando
los cristales, de tanto amor, la estufa,
libros y discos en desorden, altas
madrugadas del beso, tus preguntas,
café para el cansancio, las paredes,
tu pelo, el desconcierto de estar vivo.

Toda esta vida me sostiene ahora.
Todo este tiempo aquél que es lo que tengo,
lo único que tengo. Tanto irse,
tanto perder, tal desapego,
tanta sinceridad, tan armoniosa
desventura, tan sabio desvarío,
tal desesperación, tanta belleza.

sábado, 25 de junio de 2011

CINE: Yul Brynner

(Vladivostok, 1915 - Nueva York, 1985) Actor de cine estadounidense de origen ruso. Recibió su gran oportunidad en 1951 con el papel del rey en el musical de Broadway The King and I, interpretación por la que obtuvo innumerables premios y el elogio unánime de la crítica. Tras realizar 1.246 funciones de este espectáculo, fue a Hollywood, donde repitió el éxito en la versión cinematográfica (El rey y yo, 1956), que le valió el Oscar al mejor actor. Como la característica física más visible del personaje que le había dado popularidad era la cabeza rapada, Brynner hizo suya a partir de entonces, y definitivamente, esa imagen; fue su seña de identidad en las muchas películas que lo tuvieron como estrella, filmes de irregular calidad en los que el actor interpretó personajes dotados de un misterioso magnetismo.
La vida y orígenes de Yul Brynner permanecieron siempre bajo un halo de misterio que él mismo se encargó de alimentar. Cuando no decía que era un medio suizo y medio japonés que se llamaba Taidje Khan y que había nacido en la isla de Sakhalin, en Siberia, declaraba que su madre era una gitana rumana y que pertenecía a la saga de los Pitoêff. Lo cierto es que, gracias a su biografía, publicada por su hijo Yul Rock Brynner II en 1989, se supo que era hijo de Boris Bryner, un ingeniero e inventor suizo de origen mongol, y de Marousia Blagavidova, la hija de un doctor ruso. Aunque se le llamó Jules en honor a su abuelo, él muy pronto adoptó el diminutivo de Yul, con el que se haría famoso.
Cuando su padre abandonó repentinamente a la familia, su madre se llevó a Yul y a su hermana Vera a Harbin, China, donde cursó sus primeros estudios. En 1934, la familia se desplazó a París y Yul fue inscrito en un instituto de alta categoría, el Lycée Moncelle, al que asistía poco. Finalmente, dejó los estudios para dedicarse a la música, tocando la guitarra entre gitanos rusos por los nightclubs de París, donde conoció a personalidades como el poeta y cineasta Jean Cocteau. Consiguió entrar como aprendiz en el Teatro de los Mathurins, en París, donde se inició primero como tramoyista y luego como actor.
Debido a sus fantásticas dotes físicas, consiguió trabajar como trapecista en el célebre Circo de Hiver. En 1941, tras un serio accidente que echó a perder su carrera de acróbata, viajó a Estados Unidos para estudiar Arte Dramático con el profesor Michael Chekhov, con cuya compañía (la Chekhov’s Theatrical) dio la vuelta al país, representando diferentes obras. Ese mismo año, con el nombre artístico de Youl Bryner, debutó en Nueva York con la obra Twelfth Night, lo que le habilitó para ser contratado en varias de las primeras series de televisión de aquellos experimentales años.
Poco tiempo después, consiguió un enorme éxito en las tablas de Broadway con la obra Lute Song, y, ya casado con la también actriz Virginia Gilmore (la "Myra" de El orgullo de los Yankees), fue contratado por la CBS como director de series de televisión. Tras una malograda prueba con la Universal en 1947, en la que fue rechazado por resultar “demasiado oriental”, debutó por fin en la gran pantalla en 1949, con Puerto de Nueva York, de Laszlo Benedek, pequeño film noir en el que aparecía con pelo.

Dos años después, en 1951, en el año en que Richard Rogers y Oscar Hammerstein II preparaban su adaptación teatro-musical del libro de Margaret Landon Anna and the King of Siam, Mary Martin le recomendó para el papel que le haría famoso, el del enérgico rey de Siam en la obra El Rey y yo, de la cual ofreció más de mil representaciones con el mismo personaje. Brynner, que desde el primer momento había cautivado al público, repitió la versión cinematográfica, también titulada El rey y yo (1956), de Walter Lang.
El personaje le persiguió prácticamente toda su vida, ya que, en 1972, también lo recreó para una serie de televisión titulada Anna and the King, al lado de Samantha Eggar en el papel de la institutriz, interpretado en la versión de 1956 maravillosamente por Deborah Kerr. Espléndidos decorados, vestuario y fotografía, bonitos números musicales y canciones y un tratamiento cómico de los conflictos entre Anna y el Rey caracterizan una película donde reina por encima de todos Yul Brynner, de quien se dijo con absoluta razón que había nacido para ser el rey de Siam. Por el filme de 1956 obtuvo el Oscar al mejor actor.

Ese mismo año intervino en Los diez mandamientos (1956), de Cecil Blount de Mille, donde revive a un musculoso príncipe/faraón Ramsés, antagonista del Moisés de Charlton Heston; y fue el general ruso que encuentra a la amnésica Anastasia (1956), de Anatole Litvak. Pronto, esos rasgos "demasiado orientales" que le habían impedido superar aquel casting le proporcionaron una serie de papeles variados y exóticos. Pasó de ser uno de Los hermanos Karamazov (1958), de Richard Brooks, en la fiel adaptación de la novela de Dostoievsky, a sabio rey hebreo en Salomón y la reina de Saba (1959), de King Vidor, película en la que, tras la muerte durante el rodaje en España de Tyrone Power, retomó un papel que le venía a medida; pasando, claro está, por su Taras Bulba (1962), de Jack Lee-Thompson.

Su eterno semblante serio parecía adecuado para el western e intervino en el que seguramente no fue el mejor de la historia pero sí el más popular: Los siete magníficos (1960), de John Sturges, en el que formó parte de aquel memorable grupo de actores: Steve McQueen, Eli Wallach, Robert Vaughn, Charles Bronson, James Coburn y Horst Buchholz. Brynner aceptó retomar el mismo personaje en la primera de las tres secuelas que vendrían luego: El retorno de los siete magníficos (1966), de Burt Kennedy.

Unos años antes, en 1964, alguien le convenció para interpretar una curiosidad hoy olvidada pero muy comentada en su tiempo: Invitación a un pistolero, de Richard Wilson. Otra curiosidad, pero ésta mucho más recordada, fue su magnífica recreación de robot pistolero en Almas de metal (1973), del autor de best sellers Michael Crichton, cuyo guión recreaba perfectamente una historia de ciencia ficción en la que, en una especie de Disneylandia llamada Delos, se podía elegir entre revivir la antigua Roma, el medievo o el salvaje oeste de 1880, que es lo que finalmente escoge Richard Benjamin, el coprotagonista. Brynner volvió a interpretar el mismo personaje (esta vez más secundario) en su aceptable continuación, Mundo futuro (1976), de Richard T. Heffron. Eternamente marcado por su rey de Siam, con su voz grave e indefinible y exótico acento, Yul Brynner vio truncada su carrera cuando en los últimos años se le diagnosticó un cáncer de pulmón, causado por su terrible adicción al tabaco.