¡Quién pudiera, señora, quién pudiera
tener de tu perfume el fresco aroma,
y volar junto a ti como paloma
en busca de la eterna primavera!
¡Cuánto diera, señora, cuánto diera
por tus manos tomadas de las mías,
y poderlas besar todos los días
al despuntar el alba, cuánto diera!
Pero sé que jamás podré besarte
y entonces me resigno a no desearte,
porque tienes un halo de misterio
e infundes con tu porte, tal respeto...
que por eso contigo no me meto,
entiendo, no le vas al adulterio.
Además, me consideras hombre serio.
¡Oh, dulce tentación, bello secreto!